Desde el inicio de los tiempos, los seres humanos hemos mirado hacia el cielo en busca de respuestas a las que hemos devuelto infinidad de preguntas. Hemos encontrado la fascinación en el gran vacío, la oscuridad y lo desconocido. Seguramente por la necesidad de encontrar nuestro sitio en el universo, el origen de todo lo que nos rodea o la razón de nuestra propia existencia.

Las civilizaciones antiguas encontraron en la noche sobre sus aldeas una forma de honrar a los dioses, impregnando el cielo de mitos y leyendas que hoy dan nombre a los astros y constelaciones, y nos permiten tener un mapa preciso de la bóveda celeste desde nuestro planeta. Mapa que sería distinto desde cualquier otro lugar o momento en el universo. Podían conocer con precisión el momento del año en el que se encontraban observando los solsticios y los equinoccios, o averiguar la posición exacta de un navío en medio del océano con métodos trigonométricos mirando las estrellas.

Con el paso del tiempo hemos adquirido la capacidad tecnológica para poder evolucionar en la aventura del conocimiento y estudiar el cielo con una precisión que sería inimaginable hace apenas un siglo. Hemos pisado la Luna, existe una estación espacial que da una vuelta a la Tierra en 92 minutos, y por la que han pasado más de 200 personas, enviamos sondas que exploran los limites del sistema solar y que llegan a aterrizar en lugares remotos como Titán, la gran luna de Saturno, o somos capaces de identificar planetas orbitando otra estrella y conocer detalles como su tamaño, su composición o su posible habitabilidad.

Pero es precisamente todo este desarrollo tecnológico exponencial de las últimas décadas el que ha convertido nuestras aldeas en ciudades, el que nos a alejado de nuestra íntima conexión con el universo. Esa conexión que sólo tiene lugar cuando cae el sol, y nos permite contemplar la vasta inmensidad de la Vía Láctea, los planetas que nos acompañan alrededor del Sol, las lluvias de meteoros o el paso de la Estación Espacial Internacional, que nos recuerda que estamos ahí fuera.

Afortunadamente, en algunas zonas aún se puede disfrutar del espectáculo, siempre que nos alejemos de los grandes núcleos urbanos. No sabemos por cuanto tiempo seguirán existiendo los pequeños pueblos que luchan por perdurar, pero con el auge del turismo rural se han convertido en destinos con las características óptimas para la práctica de la astronomía tanto a nivel  científico como amateur. El turismo de las estrellas o astroturismo es una nueva alternativa que muchos municipios y alojamientos están incorporando en su oferta, con un cielo oscuro y nítido como recurso de calidad para su protección, conservación y explotación, y así poder acercarse a un nuevo público interesado en la astronomía.

Starlight es una organización creada por el Instituto de Astrofísica de Canarias que nace con el objetivo de preservar y proteger el cielo estrellado como patrimonio científico y cultural, que, a la vez, salvaguarda el hábitat de un gran número de especies que necesitan la oscuridad para sus ciclos vitales. España se sitúa actualmente a la cabeza de la despoblación en Europa y dispone de una gran extensión con una baja densidad de población que propicia estas condiciones especiales, como la Serranía de Cuenca, que se convirtió en primer destino Starlight de Castilla- La Mancha, disponiendo ahora de una excelente herramienta para impulsar su economía en la región.

Con una densidad de 4,3 habitantes por km2, Guadalajara es otra región donde la despoblación está azotando con fuerza una gran parte de la provincia. Pese a la cercanía con Madrid, la zona de la Alcarria es una plataforma elevada que deja la cúpula luminosa de la capital con muy poca intensidad o en algunos lugares inexistente. También las zonas interiores de la Sierra Norte de Guadalajara y del Alto Tajo son áreas con absoluta oscuridad en la noche, donde se pueden encontrar cielos de máxima calidad. Sin duda, el astroturismo es una fuente inexplorada en nuestra provincia que puede interesar a ayuntamientos y alojamientos rurales para completar su oferta turística divulgando ciencia y protegiendo la más bella escena que una persona puede observar en directo.

En una zona con condiciones óptimas podemos observar a simple vista hasta 1500 estrellas. En una ciudad, en ocasiones ninguna. La observación del cielo estrellado es el mayor acto de conciencia de nuestra humilde existencia y de la de todo lo que nos rodea. Es importante no dejarse intimidar por esas enormes magnitudes que lo conforman o lo abstracto del concepto del tiempo. El universo es real, está vivo, y alberga estructuras y acontecimientos que escapan a nuestra imaginación. Sería un gran fracaso dejar que las próximas generaciones no puedan mirar hacia arriba y no vuelvan a hacerse esas preguntas que surgen debajo de un mar de estrellas y que nos han hecho avanzar en busca de respuestas.

Texto: Pablo Chavida Cancelo. Aficionado a la astronomía y astrofotografía

Fotografías: Javier Chavida Cancelo. Fotógrafo